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Enzeñansas

Las Enseñanzas del KinBe

Del Capítulo "INTEGRACIÓN" 

... Juan iba a preguntar algo más cuando fueron interrumpidos por un hombre que traía a otro atado de cuello y manos con una ruda soga, éste consultó. 


– Maestro ¿Dónde se encuentra el templo de la justicia? 


  El mentor de Juan miró de reojo al hombre que traía arrastras. Después miró al demandante, con esa mirada inquisitiva que puede inquietar a cualquiera, simplemente señaló la dirección hacía donde se encontraba el templo. El hombre ante tal actitud sintió la necesidad de justificarse. 

 – Este hombre se ha metido a mi cultivo y me ha robado parte de la cosecha, es necesario que se haga justicia, ¡que le corten las manos!, como lo dice la ley. 

 

  El maestro miraba en otra dirección como si no le diera importancia a lo que le decía, el hombre guardó silencio y como no encontró respuesta, intentó irse, cuando el maestro habló en voz alta como ensimismado mirando a ningún lado. 

 – La madre tierra no mira a quien provee de alimento, todos para saciar su hambre pueden cosechar y compartir, ya que ella da y lo hace en abundancia, sin mirar a quien lo toma, ¿De qué otra forma podría ser? ¿Qué mundo sería éste en el que vivimos, si no somos capaces de proveer a quién tiene una necesidad, como el hambre? La justicia es recta, también prevé la generosidad y la compasión–. Señaló el maestro de forma cortante y sin mirarle. 

 

  El hombre se quedó estupefacto ante esas palabras, el maestro tenía razón, y si un hecho como ese no estaba bien justificado, también él sería castigado por su falta de caridad, así que de mala gana soltó al reo, se dio la vuelta y se fue.


  El ladrón se quitó rápidamente la soga, y de rodillas se puso frente al maestro. – Gracias señor, simplemente he tomado prestado algo para mis hijos, he caído en desgracia, los animales se comieron toda mi cosecha y no sabía qué hacer, no tengo semilla para sembrar. 


 El maestro sacó un saquito de debajo de sus ropas y le entregó nueve semillas que servirían para empezar la siembra, sin decir nada más.

  El hombre se retiró sobremanera agradecido. 

– ¡Pero maestro! Se alteró Juan – ¡Le has dejado tus únicas semillas! ¿Qué sembrarás para ti? ¡Eres un hombre pobre! – Chac-ek. Le expuso pacientemente –No puedes ser juez y verdugo sin darle algo a alguien para que se enmiende. ¿De qué tipo de Justicia estaríamos hablando si sólo impartiéramos castigo sin enseñanza?


  En un sueño posterior el mismo ladrón llegó feliz, había pasado un año en el sueño, y vio como el ladrón le devolvía al maestro trece semillas de maíz para sembrar, y le comentó que había devuelto lo que había robado. 

– Has enmendado tu falta contigo, con la víctima, has pagado tu deuda conmigo, pero ahora lo tienes que hacer con los jueces de la ley.


  El hombre se quedó trémulo ante la sentencia del maestro. Encogido de hombros, se dirigió al templo de la justicia, que se encontraba a un lado del templete del caracol. En silencio y muy asustado llegó al portal que estaba fuertemente custodiado por dos guerreros bien armados. Pidió permiso para entrar, pero los guerreros cruzaron sus lanzas en respuesta, era señal de que ahí no se podía entrar de pie. Se arrodilló, avanzó casi arrastras e inclinado y lleno de temor pasó por entre las armas, y ya desde la entrada empezó a pedir perdón, sudaba de miedo, ya dentro y casi a oscuras, después de un largo de un sincero acto de contrición, pidió clemencia y aguardó en silencio la sentencia, después de unos instantes, aún temblando de miedo levantó la mirada y vio que el templo estaba vacío. En ese momento comprendió que un verdadero templo de justicia, era un lugar de reconciliación con uno mismo. El hombre lloró como un niño, entendiendo lo que significaba la verdadera misericordia.


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