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Esta es la memoria de las cosas que sucedieron y que hicieron. Ya todo pasó. Ellos hablan con sus propias palabras y así acaso no todo se entienda de su significado; pero derechamente, tal como pasó todo, así está escrito. Ya será otra vez muy bien explicado todo. Y tal vez no será malo...
Verdaderamente muchos eran sus "Verdaderos Hombres". No para vender traiciones gustaban de unirse unos con otros; pero no está a la vista todo lo que hay dentro de esto, ni cuánto ha de ser explicado. Los que lo saben vienen del gran linaje de nosotros, Los hombres mayas. Esos sabrán el significado de lo que hay aquí cuando lo lean. Y entonces lo verán y entonces lo explicarán y entonces serán claros los oscuros signos del Katún... Porque ellos son los sacerdotes. Los sacerdotes se acabaron, pero no se acabó su nombre, antiguo como ellos."
Mercedes de la Garza
Tepoztlán, Junio de 1984
El indio lee con sus ojos tristes lo que escriben las estrellas que pasan volando, lo que está escondido en el agua muerta del fondo de las grutas, lo que está grabado en el fondo de la sabana en la pezuña del ciervo fugitivo.
El oído del indio escucha lo que dicen los pájaros sabios cuando se apaga el sol, y oye hablar a los árboles en el silencio de la noche y a las piedras doradas por la luz del amanecer.
Nadie le ha enseñado a ver ni a oír ni a entender estas cosas misteriosas y grandes, pero él sabe. Sabe, y no dice nada. El indio habla solamente con las sombras.
Cuando el indio duerme su fatiga, está hablando con aquellos que le escuchan y está escuchando a aquellos que le hablan. Cuando despierta, sabe más que antes y calla más que antes.
De noche, el indio levanta la frente y mira las estrellas que caen dentro de sus ojos, y, entonces, lo que hay en lo más profundo de su pecho se llena todo de luz. Si tú puedes alguna vez mirar largamente al fondo de sus ojos, verás cómo allí hay escondida una chispa que es como un precioso lucero y que arde hacia dentro de la sombra.
Esa luz le alumbra y le enseña los caminos. Pero nadie; ni el mismo sabe quién la encendió. Envuelto en su triste oscuridad va por todas partes, y ve.
Ve lo que todo el mundo puede ver, y algo más. No se lo preguntes, porque no ha de decírtelo. El viento de las tardes y la brisa de la alta noche hablan con el corazón del indio, como si fueran ecos de voces que sólo él comprende en el silencio.
Cuando el indio se inclina sobre la tierra, oye una voz dulcísima, como la música de la canción de una madre que adormece a su hijo. Y si pudieras verlo entonces, le verías sonreír como un niño pequeño.
Y mientras pone las semillas en el agujero, su mano acaricia la tierra y sus miradas se llenan de ternura. Luego, el indio se marcha y se tiende a descansar sobre la tierra que es para él como el como un regazo de mujer querida.
El amor que hay en las noches del indio que duerme abrazado a la tierra, envuelto en el aire y cubierto por las estrellas del cielo, es lo que él sólo sabe y lo que a nadie dice y así de muchas cosas que son solamente para él. Si no tuviera estas cosas, ¿qué tendría? Piensa de esto lo que quieras; pero si algo de él mismo necesitas averiguar, procura adivinarlo y no se lo preguntes.
Eran hombres santos, llenos de sabiduría. Cada uno de ellos había conocido a los dioses.
No vinieron de ninguno de los rumbos de la tierra ni del mar. Aquí fueron, porque aquí los hizo Aquél cuyo nombre se dice suspirando.
Eran hombres hermosos y valientes y daban amor y misericordia. El Señor Zamná, el Padre de todos, estaba entre ellos; su mano, obradora de las maravillas del mundo, se levantaba en alto para conducirlos y mandarlos.
Y los curaba de los males de su cuerpo, y les daba calor para encender sus espíritus que así estaban siempre en la claridad del cielo
Ellos hicieron templos altos y resplandecientes en que los hombres de cerca y de lejos vinieron a adorar, Al que no tiene nombre y está arriba.
Ellos levantaron las grandes casas blancas en que los Maestros enseñaron la Sabiduría.
Ellos edificaron con piedras las Ciudades Antiguas en que los dioses habitaron con los hombres. Ellos hicieron Itzmal, a Muútul, a T’ho y a Chichén Itzá y alrededor de ellas a trescientas siete ciudades.
Yaax-Chilám y Palenke eran nombradas aquellas en que moraban los poderoso sabios del Sur. Uxmal, la que estaba hecha pero no se veía, era la ciudad de los espíritus que viven en el aire y en la tierra.
Un día, esta grande ciudad de Uxmal se levantó visible para los ojos de los hombres y fue maravillosa y soberbia; pero después de ese día cambiaron los tiempos del Mayab.
Y esto se cuenta cuando es conveniente.
La primera ciudad de todas las ciudades fue Itzmal, la de los templos en que no había dioses labrados en oro, ni en madera, ni en piedra, ni en barro, porque en esos días el corazón de los hombres estaban limpios de iniquidad, y ellos veían a los dioses dentro de sí mismos y en su derredor, y no les era preciso representarlos con imágenes.
La última de las ciudades fue Maní… ¡Maní! ¡Maní…! El indio llora cuando dice este nombre, que quiere decir que todo pasó.
Cómo fue Maní y cómo hubo de acabar una relación triste que solo se dice cuando es preciso. El que sabe del Mayab y ha llorado sus lágrimas, sabe como fue.xto.
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